Y la tercera noche TobÃas le dijo a Sara que habÃa llegado el momento. Sara empezó a llorar con amargura.
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Pero TobÃas no le contestó. Siguiento las instrucciones de AzarÃas, sacó de su bolsa un trozo del hÃgado seco y salado del pescado que habÃa intentado morderlo.
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Lo puso sobre el brasero donde se quemaban los perfumes que aromaban las casas. El hÃgado comenzó a quemarse despidiendo un olor repugnante.
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